Que nadie nos quite la voz: feminicidios indígenas en México

En el marco de la segunda jornada de la 2CGMI “Mirarnos y reconocernos desde nuestras propias realidades”, la activista Laura Hernández fue panelista de la sesión “Diálogos de las juventudes”. A continuación su historia y su contribución en la lucha contra el feminicidio.

Mariana Cristina Chávez Pedroza

Leonila de la Cruz fue violada y asesinada en 2020 en el poblado indígena wixarika La Cofradía, en el estado de Nayarit, en la costa oeste de México. Su feminicida le asestó 26 puñaladas, la mayoría en el abdomen. Dejó huérfano un hijo de apenas un año. Pero su caso no causó revuelo mediático. Era una Mujer Indígena.

“Los feminicidios de Mujeres Indígenas son los más invisibilizados y los más olvidados. En el caso de Leonila, no hubo ni presión social ni una movilización en redes para atrapar al culpable. Hay más movilización y presión social en casos de feminicidio de mujeres no indígenas”, señala Laura Hernández Pérez, trabajadora social nahua integrante de la Coordinadora Nacional de Mujeres Indígenas (CONAMI) y de la coordinación general del Enlace Continental de Mujeres Indígenas de las Américas (ECMIA).

Durante el sexenio del expresidente Felipe Calderón (2006-2012), mujeres organizadas y activistas consiguieron por primera vez que el gobierno estableciera Alertas de Violencia de Género, un conjunto de acciones gubernamentales de emergencia para la atención y resolución de los feminicidios en el país, que hasta ese momento no estaban tipificados como en el código penal mexicano. El INEGI contabilizó por primera vez la tasa de feminicidios en México en 2012. 

Las Mujeres Indígenas habían sido parte de la movilización que consiguió la tipificación, pero sentían que no se las tenía en cuenta ni siquiera para computar los feminicidios. En noviembre de ese mismo año, en un taller sobre género con CIDHAL A. C., Mujeres Indígenas deciden crear la iniciativa Emergencia Comunitaria de Género.

Fue inaugurada con una marcha en la ciudad de Cuernavaca, 80 km al sur de la capital mexicana, el 25 de noviembre de 2013. Inicialmente impartían talleres de defensa y autocuidado, materiales informativos y recopilaban cualquier información respecto al feminicidio de Mujeres Indígenas en su perfil de Facebook.

8 años después continúan de manera autogestiva. Un grupo de Mujeres Indígenas de todas las edades identifican y clasifican información relacionada con violencia hacia las mujeres, la infancia, y las violencias que vulneran los derechos de los Pueblos Originarios como es la militarización, el desplazamiento forzado, megaproyectos e incluso programas sociales provenientes del Estado. “Es inseparable lo individual y lo colectivo”, explica Hernández. 

Actualmente tienen una base de datos con más de 427 notas periodísticas analizadas. Tres de cada 10 refieren al feminicidio; el 12% a violencia sexual, un 8 % a desapariciones forzadas y un 7% a violencia de género en el hogar. No hay ninguna base de datos gubernamental que lo aborde. 

Para Hernández, la falta de las estadísticas se debe a que todavía no se comprende que el imaginario social de las Mujeres Indígenas tiene una relación recíproca con su comunidad. La violencia rompe el tejido comunitario, desarticula la movilización Indígena y se refleja en hechos particulares; de la misma forma que un problema individual daña los lazos colectivos.

Otro caso emblemático de violencia hacia las Mujeres Indígenas fue el de la Adulta Mayor nahua, Ernestina Ascencio, violada por soldados cuando su comunidad fue militarizada a partir de la Guerra contra el Narcotráfico emprendida por el presidente Calderón. Para Hernández, es un ejemplo más de cómo el mismo Estado mexicano ejerce estas violencias colectivas y perpetúa las particulares al no dar acompañamiento, traducción en sus lenguas, Ministerios Públicos cercanos a las localidades; a aquellas Mujeres Indígenas que deciden alzar la voz. 

“En todos los gobiernos federales, solo piensan en su forma de desarrollo y solución; nos la imponen y ¿qué vemos?, pues solo las afectaciones”, agrega. Tanto dentro de Emergencia Comunitaria de Género como en otras organizaciones en las que participa, Hernández ha observado como el actual subsidio Sembrando Vida desplaza las semillas nativas al hacer cultivar alimentos que no son propios de la región o colocar invernaderos que industrializan el proceso de la agricultura. Cuenta también que, cuando frecuentaba el estado de Querétaro, muchas mujeres le confesaban que sus maridos las golpeaban hasta arrebatarles el apoyo económico que les brindaba el gobierno.

“Se imponen los programas sociales, también los megaproyectos como el tren maya, la termoeléctrica en Huexca, el corredor interoceánico; son programas incurables en cuestión ambiental, comunitario y social. Los daños para mí son irreparables, hablar de violencia hacia las mujeres, al medio ambiente, a todas las vidas, es un daño irreparable”, dice.

 

Las Mujeres Indígenas son agentes de cambio 

A partir de su trabajo con otras mujeres, Laura Hernández ha visto cómo el Estado mexicano desprestigia, estigmatiza o ignora las formas de organización y los contextos de las Mujeres Indígenas. Y también la sociedad y los medios de comunicación carecen de miradas interculturales, para no sólo retratar la violencia, sino las formas de organización propias que están transformando la realidad en la que viven.

“Se piensa que en las comunidades se violenta ferozmente a las mujeres. Por ejemplo, se habla del matrimonio infantil o uniones a temprana edad y no contextualizan, pero cada comunidad tiene formas distintas, hay comunidades donde no existe la práctica, ni siquiera la dote es algo vigente; así como hay comunidades donde sí, pero no es algo universal, las Mujeres Indígenas lo hemos cambiado”, subraya. 

Reconoce el machismo dentro de las comunidades, sabe lo difícil y complejo que es nombrarlo, señalarlo y darle seguimiento desde un enfoque comunitario; pero afirma con tenacidad que las Mujeres Indígenas nunca han asumido la violencia de manera pasiva, y cómo estos espacios de discusión internacional sirven para empoderarse y cambiar cómo las mira el resto de la sociedad. 

“Tener espacios internacionales, nacionales o las organizaciones locales de las compañeras en sus comunidades, habla de la capacidad de las mujeres, niñas y jóvenes, para construir el bienestar colectivo y de nuestros pueblos. Hablar del territorio, la autonomía, la sanación o los feminicidios es dar nuestro pensamiento como mujeres indígenas, hablamos por nosotras mismas”, señala. 

Laura es testimonio vivo de ello; el pasado 12 agosto representó regionalmente a ECMIA en la Segunda Conferencia Global de Mujeres Indígenas: un hito en articulación de derechos humanos.  En el evento participaron más de 500 Mujeres Indígenas de todo el mundo debatieron propuestas y problemáticas en torno al género y sus comunidades a través de una plataforma virtual, gestionada por el Foro Internacional de Mujeres Indígenas (FIMI).

En la sesión Laura insistió en que a pesar de la organización y de lo importante que es curar las violencias desde las comunidades; la reparación del daño pasa por el acceso a la justicia: “mientras exista un Estado que nos discrimina, que nos violenta sistemáticamente, va a ser muy difícil llegar a esa sanación totalmente”. 

Ante ello, ve la Segunda Conferencia Global como un “referente maravilloso” para ella y para la pequeña que carga entre sus brazos, la futura generación que está heredando los referentes que ellas tejen colectivamente hoy.